Durante el siglo XX, en la mayoría de países se consolidó el modelo económico tri-sectorial con roles muy claros: fundamentalmente, el sector privado genera la riqueza, el sector público garantiza seguridad y bienestar social vía políticas re distributivas, y el sector social provee servicios de solidaridad y cohesión. Por décadas el debate se ha centrado en el tamaño del Estado y la libertad del Mercado, manteniendo el crecimiento de la economía como eje central para el desarrollo. Este modelo ha empezado a ser verdaderamente cuestionado.
No es para menos, la organización económica y social actual no ha resuelto los problemas humanos. Si bien hemos en las últimas décadas hemos observado crecimiento económico y progreso científico sin precedentes, los beneficios de estos han estado exageradamente concentrados. Cientos de millones de personas han quedado atrás totalmente excluidas del desarrollo. Las amplias brechas entre ricos y pobres, la violencia entre los humanos (la guerra en Siria y los refugiados de África son algunos ejemplos), y la destrucción del medio ambiente (deforestación y calentamiento global) se han convertido en verdaderas amenazas al bienestar y a la sostenibilidad.
En vista de esta realidad, los gobiernos han empezado a reconocer que no son capaces de garantizar el goce efectivo de los derechos de todos los ciudadanos, y que deben aliarse con organizaciones no gubernamentales para adelantar sus propósitos. Las empresas privadas, por su lado, han empezado a aceptar que sus obligaciones van más allá del rendimiento financiero y que deben asumir responsabilidades sociales y ambientales. Entretanto, las organizaciones sociales están entendiendo que deben transformarse hacia modelos innovadores y costo eficientes con fuentes propias de generación de ingresos, buscando la auto sostenibilidad.
Esta fusión de roles y objetivos no ocurre de manera espontánea, es el resultado de reflexiones sobre dos realidades fundamentales. La primera es que la pobreza es un fenómeno multi dimensional. Las familias y personas que viven bajo condiciones de pobreza tienen carencias en educación básica, salud, ingresos, nutrición, vivienda, dinámica familiar, acceso a la justicia y bancarización, entre otros. Reconocer la pobreza como un fenómeno de múltiples variables conectadas entre sí, nos obliga a buscar soluciones integrales, más allá de las salidas milagrosas que suelen plantearse gobiernos de turno en medio de sus pesadas estructuras funcionales.
La otra realidad es que cada sector ha empezado a reconocer sus fortalezas y sus debilidades. Los gobiernos tienen el músculo financiero y la fuerza de las políticas públicas, pero suelen ser lentos, excesivamente burocráticos e ineficientes. Las empresas del sector privado son eficientes, innovadoras, dinámicas, pero en el afán de entregarle altos rendimientos a sus accionistas, muchas veces castigan el interés general de la sociedad.
Por otro lado, las organizaciones sin ánimo de lucro tienen el beneficio de la cercanía comunitaria, conocen los problemas en la base y saben formular soluciones de alto impacto. Lamentablemente, no cuentan con los recursos económicos, la fuerza política, ni los modelos financieros para escalar sus soluciones. Cuando estos tres sectores trabajan de manera asilada es poco el avance que se puede logar en materia social o medio ambiental.
Un salto cuántico en desarrollo será posible cuando entendamos que ningún sector u organización tiene la solución a los problemas más apremiantes de la humanidad. Nos corresponde trabajar juntos: lo público, lo privado y los social, complementándonos sin egoísmos. De lo contario, tocará conformarnos con los modestos avances de los últimos años que no alcanzan a darle protección a los más vulnerables, ni a detener el deterioro ambiental.
Por suerte, han empezado a surgir empresas que han incluido en sus modelos de negocio la sostenibilidad social y ambiental. Son las llamadas Empresas Sociales, las cuáles dieron cuenta de la necesidad de unirse al Estado para atacar los problemas que nos apremian. Estas empresas han entendido que la empresa privada en su avidez, el Estado en su ineficiencia, y el sector social en su pobreza, son capaces de profundizar los problemas y poner en riesgo el bienestar y la paz de generaciones futuras.
Es hora de reemplazar el trasnochado debate de cuánto Estado y cuánto mercado, por un verdadero “apretón de manos.” Empresas basadas en la innovación y respaldadas por ciudadanos cada día más conscientes e informados, están derribando barreras entre lo público, lo privado y lo social. Afortunadamente, fondos de inversión privada, filántropos, gobiernos y gremios responsables están destinando enormes capitales para fomentar una nueva mentalidad empresarial que no solo persiga el lucro de sus accionistas sino el bienestar de toda la humanidad.