En la desigualdad de
ingresos se originan muchos de los problemas más apremiantes de la sociedad. Estudios
recientes sugieren una fuerte relación entre desigualdad y violencia. Aquellos
países, regiones o ciudades más desiguales tienden a tener mayores niveles de
violencia. En aquellos lugares donde más familias han quedado rezagadas o
excluidas, y/o donde los ricos se han apartado más del promedio de ingresos, se
presentan más homicidios, atracos, violaciones, y otros crímenes. [1] Nos
corresponde preguntarnos: ¿Porqué? ¿Qué ocurre al interior de las personas que
las hace más violentas cuando la distribución de ingresos es más desigual?
El siquiatra James
Gilligan del Centro de Estudios Sobre Violencia de la Universidad de Harvard
sostiene que los actos violentos tienen su origen en sentimientos de vergüenza
y humillación. La mayoría de los actos violentos en el mundo son perpetrados
por hombres entre los 17 años y 27 años. Las mujeres, por su parte, presentan tasas
de homicidios mucho más bajas que los hombres. Para los hombres lo más
importante es el status, para las
mujeres lo primordial es la belleza y el atractivo físico. Los hombres se
tornan más violentos cuando no alcanzan el status
o posición social deseada. Pierden lo más preciado, su dignidad y su honra. También se sabe que los jóvenes que crecen
sin padres – desafortunadamente, es el caso de cientos de miles de familias
encabezadas por madres solteras en nuestro país –, están predispuestos a comportamientos
hipermasculinos, donde la importancia del status
cobra aún mayor fuerza.
La intimidación, el
maltrato, el abuso, el matoneo, la discapacidad, la vida precaria y la ausencia
de ingresos, despiertan sentimientos de humillación y vergüenza entre los jóvenes.
En sociedades desarrolladas el acceso a ciertas cosas como ropa, servicios de
salud, educación y vivienda digna, les permite recobrar algo del status perdido, pero en países muy
desiguales son pocos los que pueden tener acceso a esta protección social
básica. En muchos casos el capital social y la confianza generada entre
pobladores se convierte en un buen antídoto para la violencia. Sin embargo,
este tejido tan importante se lastima cuando las brechas sociales y económicas
son grandes.
La inseguridad es una de
las grandes preocupaciones de los Colombianos. Aunque no todos somos víctimas
directas de actos violentos, la calidad de nuestras vidas es afectada por el
miedo a que nos atraquen en las calles. En las 11 ciudades más grandes del país,
la inseguridad junto con la movilidad, son los problemas que más preocupan a
los habitantes. Colombia tiene tres ciudades entre las cincuenta más peligrosas
del mundo: Palmira, Cali y Pereira. Barranquilla salió de la lista en el 2013, pero
podría regresar al selecto grupo si mantiene una tasa de 30 homicidios por cada
100000 habitantes.
La correlación entre
desigualdad y violencia es fuerte y consistente. Está comprobado que los
orígenes de la violencia están asociados al atropello a la dignidad de los
jóvenes. En vez de concentrarnos exclusivamente en dotar las ciudades de
costosas cámaras, armas y policías para reprimir, no deberíamos ocuparnos en
desarrollar auto estima, confianza y el control de emociones de nuestros
jóvenes?
El deporte con pedagogía
aplicada puede ayudar a nuestros jóvenes a desarrollar valores y habilidades
tales como empatía, resolución pacífica de conflictos, asertividad, auto
reflexión, pensamiento autónomo y trabajo en equipo. También la música, el
teatro, la danza, la poesía y tantas otras expresiones humanas pueden ayudar a desarrollar
las llamadas habilidades blandas. Son
herramientas costo eficientes y poderosas que permiten que nuestros jóvenes se
sientan útiles, apreciados, y ennoblecidos, alejándolos de la violencia y el
crimen.
Es hora de atacar la
inseguridad con inteligencia, no solo con fuerza.
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