Durante el siglo XX, en la mayoría
de países se consolidó el modelo de bienestar tri-sectorial con roles muy
claros: fundamentalmente, el sector privado genera la riqueza, el sector social
provee servicios de solidaridad y cohesión, y el sector público garantiza seguridad
y bienestar social vía políticas re distributivas. Por décadas el debate se ha
centrado en el tamaño del Estado y la libertad del Mercado, manteniendo el
crecimiento de la economía como eje central para el desarrollo. Este modelo ha
empezado a ser verdaderamente cuestionado.
No es para menos, la organización económica y social actual no ha resuelto
los problemas humanos. Si bien hemos visto crecimiento económico y progreso
científico sin precedentes, los beneficios de estos han estado exageradamente concentrados.
Cientos de millones de personas han quedado atrás totalmente excluidos del
desarrollo. Las amplias brechas entre ricos y pobres, la violencia entre
humanos (la barbarie en Siria, es un ejemplo), y la destrucción del medio
ambiente (inc. calentamiento global) se han convertido en verdaderas amenazas al
bienestar y a la sostenibilidad de la especie.
En vista de esta realidad, los
gobiernos han empezado a reconocer que no son capaces de garantizar el goce
efectivo de los derechos de los ciudadanos, y que deben aliarse con
organizaciones no gubernamentales para adelantar sus propósitos. Las empresas privadas,
por su lado, han empezado a aceptar que sus obligaciones van más allá del
rendimiento financiero y que deben asumir responsabilidades sociales y
ambientales. Entretanto, las
organizaciones sociales están entendiendo que deben transformarse hacia modelos
innovadores y costo eficientes con fuentes propias de generación de ingresos,
buscando la auto sostenibilidad.
En medio de esa fusión de roles se han empezado a crear empresas con
objetivos sociales (o ambientales) que utilizan fuerzas del mercado para
alcanzarlos. Son empresas progresistas que ven más allá del enfoque tri-sectorial.
Se llaman empresas sociales y proponen un nuevo tipo de organización. Ellas
incorporan características de los tres sectores: son eficientes, sostenibles e
innovadoras como el sector privado, persiguen bienestar a gran escala como el
Estado, y construyen soluciones desde la base como el sector social.
Las empresas sociales vienen en diferentes formas y estilos, pueden ser con
o sin ánimo de lucro, pero todas están comprometidas con encontrar fórmulas
diferentes para superar los problemas de siempre. Estas empresas utilizan prácticas
de negocios para obtener logros sociales. Para ellas la innovación es el motor,
y el mercado el medio para alcanzar un nuevo equilibrio social y/o ambiental.
Los emprendedores sociales saben que, si bien La caridad tradicional es
importante y salva vidas en momentos de crisis humanitarias, esta solo trata
los síntomas, no resuelve los problemas de fondo. También saben que los
gobiernos suelen ser lentos, excesivamente burocráticos, ineficientes y muchas
veces corruptos, y que la empresa privada en su codicia es capaz de llevar a la
humanidad a crisis devastadoras.
Podemos empezar a reemplazar el trasnochado debate de cuánto Estado y
cuánto mercado, por un verdadero “apretón de manos.” Empresas basadas en la
innovación social y respaldadas por ciudadanos cada día más conscientes e
informados, están cambiando el mundo, derribando barreras entre lo público, lo
privado y lo social. Fondos de inversión privada, filántropos y gobiernos están
destinando enormes capitales a esta nueva clase de organización, impulsando así
la consolidación del Cuarto Sector.
Un Cuarto Sector cuyas empresas sociales y ambientales significan nada
menos que la nueva esperanza de la humanidad.
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