lunes, 8 de junio de 2015

La Historia de Mercedes Fernández

Mercedes Fernández
Barrio El Pozón, Cartagena
Junio 2012

“[…] a veces uno escucha que
la gente del mismo barrio
 piensa que es malo,
y se queja de lo que pasa en él,
pero no se les ocurre pensar
que ellos son el barrio
y que sus actos son
los que lo caracterizan.
Tenemos que aprender a
ser el cambio que queremos ver.”


Gran parte del encanto de Cartagena está dentro de las murallas de la ciudad antigua donde el tiempo se detiene y las emociones se alborotan. Dentro de sus estrechas calles las personas buscan aventuras, el comercio vibra y se sigue construyendo un invaluable patrimonio cultural e histórico para la humanidad. La ciudad antigua de Cartagena de Indias es privilegiada, está llena de encantos y riquezas.
Sin embargo, en La Heroica[1] la mayor parte de la población habita fuera del centro histórico; en los barrios periféricos cientos de miles de personas viven en condiciones de vida deplorables. Los turistas, embrujados de magia colonial, nunca se enterarán de las penurias en que vive el pueblo de Cartagena, de esa realidad que contrasta dramáticamente con la alcurnia y belleza de la ciudad amurallada. Son muy pocos los que, provenientes de un mundo de privilegios, se atreven a darle la cara a esa existencia entre carencias que debe soportar la mayoría de sus conciudadanos. Las condiciones de vida más espantosas tienen lugar en barrios como  el Nelson Mandela, el Olaya, La Boquilla, Pasacaballos y El Pozón. Allí, donde reside la obstinada pobreza, viven, o más bien: sobreviven, la mayor parte de los cartageneros, incluyendo un gran número de familias desplazadas por la espeluznante violencia que por muchos años ha atormentado el centro y el sur del departamento de Bolívar. Se conocen historias aterradoras de masacres que soportaron campesinos y pobladores pobres en pueblos como Mampuján, Las Brisas, Casinguí, San Cayetano, Arroyo Hondo, Aguas Blancas, entre otros.
Ni hablar de la conocida masacre de El Salado cometida por más de cuatrocientos paramilitares. Según testigos, desmembraron y decapitaron a sus víctimas con motosierras para luego jugar fútbol con sus cabezas, al tiempo que bebían licor y escuchaban música a todo volumen, otros apalearon y apedrearon furiosamente a ancianos, niños, mujeres embarazadas; otros más se ocuparon de saquear el comercio, de violar mujeres y de degollar jóvenes. La masacre de El Salado dejó más de cien víctimas mortales y provocó el desplazamiento de por lo menos doscientos ochenta personas.[2]
En Cartagena, ni en ningún lado donde prevalezca, la miseria no está sola, la acompañan la insalubridad, el sufrimiento y la angustia. Pero asimismo, como en tantos otros sitios, hay personas que sobresalen por la fuerza con que asumen sus deseos de superación; las oportunidades de trabajo y progreso no abundan, pero para los más aguerridos esta no es razón para abrirle la puerta a la desesperanza. En medio de tantas necesidades básicas insatisfechas, no desaparecen la celebración de la vida y la curiosidad por la existencia.
El abismo económico y social entre esas dos zonas de Cartagena es enorme; explorarlas es ver la desigualdad de frente, es retar nuestro juicio y nuestra sensatez. Talvez por eso los turistas, tanto los colombianos como los extranjeros, cuando llegan a Cartagena, no salen de las zonas más ricas: Centro, Bocagrande y Manga. Conocer la Cartagena excluida puede atentar contra la tranquilidad del viajero y alterar su conciencia.
La primera impresión al llegar al barrio El Pozón es de desorden e incongruencia. Cada casa es tan singular y diferente como lo son las historias de cada una de las familias que viven en ellas. Es indudable que los vecinos de El Pozón han ido construyendo sus casas con gran esfuerzo: a veces alcanza para los ladrillos y un poco de cemento, otras veces solo para madera o para las láminas de zinc. Los recién llegados tienen que conformarse con cartón y plástico, y aun así deben rebuscar estos materiales durante días. Las condiciones de habitabilidad delatan la situación de vida y el rigor de la lucha por logros sociales.
Lucho, el conductor del automóvil en el que nos transportábamos, tuvo que dejarnos en la entrada del barrio, pues debía buscar un taller para reparar la llanta de repuesto y estaba seguro que en El Pozón no lo encontraría. Con Cristina, la joven cogestora que me acompañaba, atravesamos a pie prácticamente todo el barrio antes de llegar a nuestro destino. Aprovechamos el recorrido para ir descubriendo con nuestros cinco sentidos (y uno más: la intuición), la vida de El Pozón a media mañana de un martes cualquiera. Al cabo de casi media hora de caminata Cristina extendió delicadamente su brazo, apuntó con el índice y dijo:
—Samuel, ¿ves la casa pintada de blanco con unas rayas de color naranja?, allí vive Mercedes.
Las rayas anaranjadas se ven desvanecidas —probablemente a causa de la lluvia—, dándole diferentes tonalidades a la fachada. La puerta de entrada tiene un color mas fuerte, es casi roja; el juego cromático continúa en la reja de madera pintada de blanco que rodea la casa y en la que una de cada cinco estacas tiene la punta roja, haciendo juego con la puerta. La casa de Mercedes es la única de la cuadra con reja, pero inexplicablemente, parado frente a ella, no siento una barrera sino una energía especial que me invita a entrar.
—¡Mercedeeeees! —grita Cristina con confianza a través del espacio que le dejan dos estacas y por el que apenas puede asomar la nariz y la boca.
Como yo tenía el sol de frente y brillaba tanto, no podía ver con claridad el interior de la casa y menos a la persona que salía de ella a atender el llamado de Cristina, pero cuando ya estuvo cerca distinguí a una mujer trigueña y delgada, de rostro alargado y que aparentaba unos cuarenta años. Caminaba descansadamente, es decir libre de tensión, con singular porte y soltura. Una cola de caballo ordenaba parcialmente su abundante cabellera castaña con raíces visiblemente negras ya crecidas. Quizás no ha tenido dinero para tinturarse, pensé.
Estaba vestida para clima caliente pero con estilo más bien conservador: una falda azul claro que le llegaba hasta la rodilla y una blusa marrón de manga corta. Con afecto sincero saludó a Cristina de beso y abrazo y luego me miró fijamente y me ofreció su mano derecha, la cual al chocar sentí sincera, delicada y un poco húmeda (no será de nervios, porque esta mujer tiene personalidad definida, pensé). Seguidamente, exhibiendo una sonrisa generosa y con ella sus dientes parejos –que, en relación a su boca, me parecieron desproporcionadamente pequeños–, nos invitó a entrar a su casa.
Pasamos a lo que claramente era un garaje con piso de cemento adecuado como zona de entretenimiento y socialización. El espacio era amplio y estaba ocupado por unas sillas de madera de hechura rústica que formaban un semicírculo frente a un televisor ubicado sobre una pequeña mesa de plástico y por una serie de estanterías que almacenaban útiles de colegio, unos pocos textos escolares, cortes tela estampada y cojines. En el suelo, imposibles de ignorar, había dos cajas de Bienestarina[3], una de ellas entreabierta. Al pasar por encima de ellas en busca de mi puesto en lo que parecía una sala de reuniones muy activa, no pude dejar de recordar las palabras que dije en mi primera reunión como presidente de la Junta Directiva del ICBF cuando el equipo administrativo orgullosamente mostraba cómo había crecido la cobertura del complemento nutricional: "Nuestra visión no es entregar más Bienestarina, sino hacer que la Bienestarina no sea necesaria." Palabras que no cayeron nada bien entre funcionarios acostumbrados a sobrevalorar, a mi juicio, el tradicional asistencialismo del Estado.
Por supuesto, hay cosas que el Estado debe proveer a los ciudadanos más necesitados: saneamiento básico, programas de vivienda popular, un sistema de salud, educación básica, nutrición para los niños, cuidado para los adultos mayores, acceso a la justicia, entre otras cosas. Los subsidios y la gratuidad son necesarios, pero para superar pobreza de manera sostenible la aspiración firme y el compromiso decidido de las familias que viven en esa condición son requisitos fundamentales. En otras palabras, es imposible acabar la pobreza por decreto; aunque el Estado tiene la responsabilidad de proveer servicios básicos gratuitos, cuando la asistencia social no está acompañada de un real cambio de actitud en los beneficiarios, lo único que hace es perpetuar la pobreza.
Una vez Cristina y yo encontramos nuestros puestos frente al televisor (Mercedes luego nos diría que no estaba permitido encenderlo antes de las siete de la noche), nos sentamos a conversar con Mercedes, quien muy rápidamente entró en confianza.  Aunque una personalidad extrovertida no es infrecuente en las mujeres del Caribe colombiano, la de Mercedes era verdaderamente arrolladora; con un entusiasmo contagioso inició la conversación contándonos la anécdota de un vecino que el día anterior, a pleno sol, borracho, arrodillado frente a la casa de su suegra le pedía a esta perdón por sus malos comportamientos. Mercedes disfrutaba contando la historia y entre risas decía:
—Ese vecino es un hombre bueno y en diez años nunca lo había visto con un trago. Hace unos días insultó a su suegra en público y ahora, en su borrachera, le dio por la llorona. Es muy raro que a los hombres les dé por eso, el trago los vuelve agresivos y descarados, pocas veces tiernos y sentimentales.
Se nota que Mercedes está llena de energía. Su cuerpo es esbelto como el de una adolescente y aunque no se ve vieja, las circunstancias difíciles que tuvo que vivir están marcadas en su rostro. Se crió con sus padres y siete hermanos en el barrio Olaya; su padre era chofer y su madre comerciante y modista. Enseñada a ser mujer laboriosa, la mamá de Mercedes ayudaba con los gastos de la casa, en especial para el estudio de sus hijos. Mercedes cuenta que en su casa habían tiempos buenos y tiempos regulares, pero eso nunca era una excusa para dejar de esforzarse y buscar el bienestar de la familia.
Cuando Mercedes estaba muy joven sus padres se separaron, su madre simplemente no aguantó más las borracheras de su esposo y sus aventuras con otras mujeres, aunque esta conducta fuera relativamente normal entre los hombres del barrio. Entonces doña Magali asumió el liderazgo del hogar; con el tiempo demostraría que sí sería capaz de sacar adelante ella sola a sus siete hijos.
—Mi mamá, como todas las mamás, se esforzó para que a sus hijos no les faltara nada. No había abundancia, tocaba conformarse con alimentos más económicos, pero nunca nos faltó el pan de cada día. La separación de mis padres fue una época dura para mi y mis hermanos. A causa de la reducción de los ingresos tuvimos que hacer sacrificios; algunos de mis hermanos y yo tuvimos que abandonar los estudios, yo solo hice hasta noveno. Pero mi mamá no dejaba de esforzarse para procurarnos un buen vivir, era increíble, todo era para nosotros, nada para ella. Eso me impactó para siempre.
El padre de Mercedes se fue a vivir a El Pozón a una casa en arriendo a la que sus hijos iban a visitarlo con alguna frecuencia. En una de esas visitas Mercedes conoció a Freddys, el hombre que se convertiría en su esposo.
—La primera vez que lo vi estaba en una esquina, en el otro extremo del barrio, comiendo sancocho de tienda[4]; me gustó desde el primer minuto porque lo encontré más serio, decente y  respetuoso que los otros hombres que había conocido. Parecía de otro planeta. Fue él quien me trajo, y aunque el barrio al principio no me gustó, ahora quiero vivir aquí para siempre.
Mercedes y Freddys se casaron muy jóvenes, ella recién había cumplido los veinte años y él tenía veintitrés. Llevan más de veinte años juntos luchando en los momentos difíciles, disfrutando los buenos y esforzándose por una vida digna y estable para ellos mismos y para sus tres hijos. Al hablar del matrimonio Mercedes dice con el conocimiento y la seguridad que le otorgan la experiencia:
—El secreto es amar mucho a la persona, tener paciencia y tolerancia. Hay que recurrir muchas veces a Dios para tener tranquilidad en los momentos duros. El matrimonio es hasta que la muerte nos separe, no hasta que me aburra. Te repito, el secreto está en el amor, que todo lo puede.
De sus tres hijos (dos mujeres y un hombre), la mayor, Valentina, ya terminó una carrera universitaria, Comunicación; Mónica, la segunda, está haciendo cuarto semestre de Administración de Negocios y Fabián, el menor, está en bachillerato. Para Mercedes, una mujer emprendedora y decidida, hoy en día no hay excusa para no estudiar:
—Para el que realmente quiere estudiar, hay oportunidades; mis tres hijos son un ejemplo para otros jóvenes de el barrio. Estoy segura de que esta generación van a llegar mucho más lejos que la nuestra. Yo solo a los treintaisiete años terminé el grado once, pero me demostré a mi misma que lo podía hacer; y, además, quería ser un ejemplo para mis hijos.
Uno de los momentos más difíciles para Mercedes fue la muerte de su madre, ocurrida hace ocho años; fue un momento muy duro emocionalmente por el infinito amor y respeto que sentía por ella. Siempre estuvieron muy unidas y en los últimos años Mercedes tuvo la oportunidad de estar más cerca de su madre y de ayudarla y así agradecerle su dedicación y sacrificio por ella y sus hermanos. Mercedes apoyó siempre a su mamá en el cuidado de Marina, su hermana menor, quien, desafortunadamente, a los cinco años de edad contrajo polio, una enfermedad que limita su movilidad. Con Rosmira, su otra hermana, se hicieron cargo de la menor, quien hoy en día trabaja haciendo bisutería. Marina sigue siendo la consentida y vive con Mercedes. Mientras escuchaba con atención a la extraordinaria persona que me contaba esta historia, pensaba para mis adentros que Marina tenía la mejor hermana del mundo.
Luego la conversación empezó a girar en torno al trabajo de la propia Mercedes y de su esposo, quien durante toda su vida se ha desempeñado como carpintero.
—A Freddys le encanta su profesión, es un trabajador incansable y es el mejor carpintero de por aquí; yo creo que del mundo —dice Mercedes con evidente orgullo y entre risas —. Me toca esconderle las herramientas para que descanse los domingos.
Mercedes, por su parte, tiene varios trabajos: es madre comunitaria[5], ayuda a la comunidad en la elaboración de desayunos infantiles, da charlas de cuidados prenatales a madres embarazadas y cuando no está ocupada en estos quehaceres, la pueden encontrar en su casa haciendo modistería y atendiendo una venta de accesorios para la manufactura de prendas de vestir.
No me cabe duda de que si no fuese porque necesita el dinero, Mercedes se dedicaría exclusivamente al trabajo comunitario. Cristina me había comentado que es una mujer que trabaja sin parar y nunca se queja ni pone reparos y que siempre busca tiempo para compartir con todos, en especial con niñas en riesgo de embarazo.
—Visito a las jóvenes embarazadas y las oriento en los cuidados que deben tener para que sus bebés nazcan sanos. Les enseño la importancia del amor de madre; pero —dice Mercedes— me duele ver cómo niñas de catorce años quedan encinta, por eso trabajo en la prevención de embarazos en adolescentes. Aunque lo hagan bien, es triste que tengan que dejar el colegio para dedicarse a la maternidad. La mayoría no podrá retomar sus actividades escolares, su futuro se truncó.
Ciertamente, el embarazo en adolescentes es una gran trampa de pobreza, que no hace sino perpetuarla. Le pregunto a Mercedes, qué tipo de política cree que debería impulsar el Gobierno para prevenir estos embarazos. Sin detenerse a pensar me responde:
—Las jóvenes se embarazan porque quieren, no se trata de descuidos. Lo hacen porque así lo hicieron su madre, su abuela, su bisabuela. Por eso repartir preservativos y anticonceptivos, como hacen muchas fundaciones, no ayuda. La solución es intervenir tempranamente en campañas de prevención que garanticen el desarrollo integral de las niñas y una transición libre y saludable de la adolescencia a la edad adulta; pero esto requiere de un tratamiento personalizado, niña por niña, hogar por hogar. Con una charla, un manual o un panfleto no se cambia una cultura o un sistema de vida de generaciones.
En es momento pensé en lo útil que hubiera sido invitar a Mercedes al proceso de diseño de políticas públicas y la elaboración del documento Conpes[6] para la prevención de embarazos en adolescentes. Pero eso sería imposible, los diseñadores de política suelen ser personas que visten saco y corbata y están lejos física, emocional y culturalmente de las personas a las cuales quieren beneficiar.
—Por mi, me mantendría estudiando, creo que lo que más me gusta es aprender cosas nuevas y que sean útiles — continúa Mercedes—. En agosto voy a empezar un curso de primaria infancia. Me gusta trabajar con niños y sé lo importante que es atenderlos bien durante esos primeros cinco años de vida.
Cristina, quien hasta ese momento se ha mantenido en silencio, finalmente mete la cuchara:
—Mercedes es una de las personas más increíbles que he encontrado entre las noventaiocho familias que acompaño. Es una mujer entregada a su comunidad, cree en el progreso de todos y no solo predica, también aplica en su vida lo que le dice a los demás. Yo he aprendido de ella, me enseñó que en la vida no se debe hacer cualquier cosa por dinero, que hay que hacerse valer por lo que una es por dentro y no por lo que la gente ve por fuera. Su mentalidad religiosa la ha ayudado a ser la mejor de las madres y su actitud se ha traducido en una vida exitosa para ella y su familia. Mercedes y su esposo van camino a la Senda de la Prosperidad, ya solo le falta un par de logros por alcanzar la graduación.[7]
Mercedes queda momentáneamente azorada por los halagos de Cristina, pero luego de un momento se repone, le agradece a su cogestora con una tímida sonrisa y retoma parte de los dicho por Cristina:
—Para mi, las personas con dificultades económicas deben hacer conciencia de su situación por más mala que sea y trabajar todos los días para cambiarla. Hay que aprovechar las oportunidades que brinda el Gobierno para mejorar la calidad de vida. Hay muchos problemas, pero el Gobierno ha hecho mucho por ayudar a la comunidad. El problema es que a veces somos tercos y desconfiados y no creemos en las ayudas. Hay gente que espera que el gobierno le resuelva todo sin entender que cada uno de nosotros es el Gobierno. Nos falta sentido de pertenencia; si algo pasa y a uno no le gusta, uno debe escribir una carta y ayudar a resolverlo. La gente dice que el Gobierno no llega, bueno, ¿y es qué acaso el gobierno es adivino? Él ve a través de nosotros y al final solo nosotros podemos ser nuestra solución.

No sabía si Mercedes estaba diciendo esto para hacerme sentir bien como funcionario, o si de verdad lo creía. En todo caso, cualquiera que fuera la razón, ella era admirable. En temas de desarrollo es común el debate entre los que creen que el Gobierno no hace suficiente y los que creen que los pobres no hacen suficiente. Aunque yo soy de los que opina que el Estado debe hacer no solo más, sino mejor, debo reconocer que si todas las personas tuvieran la actitud de Mercedes, no tendríamos tanta gente viviendo en situación de pobreza extrema.
La asistencia social tradicional también es un tema que a Mercedes le preocupa. Pero, además, ofrece soluciones, que es lo más valioso:
—En muchas ocasiones la limosna hace el mendigo porque hay cosas que el Gobierno da y que las personas no se necesitan. Cuando llegó la ayuda de Familias en Acción[8] yo les dije a todos ¿por qué no cogemos ese dinero y hacemos una cooperativa para que tengamos más plata? Nadie quiso, la gente prefiere seguir quejándose y que el Gobierno les siga dando… Hoy en día todos tendríamos trabajo.
Mercedes no culpa ni al Gobierno ni a los más ricos del país por las dificultades:
—Cada cual tiene sus problemas y si está allá montado no es por su linda cara, de una manera u otra ha luchado, y nosotros hemos luchado por lo de nosotros. Cada uno tiene lo que se merece.
Esa última frese me dejó boquiabierto, absorto. Cristina tuvo que sacarme de mi asombro:
—Samuel, ¿quieres revisar el Plan Familiar[9] de Mercedes y su familia?
Pero yo lo que quería era seguir escuchando a Mercedes. Cerré la boca, sacudí la cabeza y respondí:
—No es necesario, Cristina. Sé que hacen falta dos logros en su Plan Familiar, uno en la dimensión de salud y otro en la de acceso a la justicia; no me cabe duda que Mercedes y su familia entrarán pronto a la Senda de la Prosperidad.
Le hice un guiño a Cristina como disculpándome por cambiar el tema y volví a Mercedes:
—Pero Mercedes, dígame, ¿cómo está la situación de seguridad?, entiendo que es un asunto difícil en el barrio.
Esta vez Mercedes me deslumbra con su explicación de las causas de la violencia:
—Creo que nos falta educación y parte del problema viene desde la casa, desde el ejemplo que los padres dan o no dan; los jóvenes se meten a las pandillas porque los papás dejan de estar presentes en sus vidas. Los padres tenemos que entender que amar es proteger y no alcahuetear, uno debe educar a sus hijos para que sean buenos padres y buenos vecinos ya que a veces uno escucha que la gente se queja de lo que pasa en el barrio, pero no se les ocurre pensar que ellos son el barrio y que sus actos son los que lo caracterizan. Tenemos que aprender a ser el cambio que queremos ver en el mundo.
De inmediato mi mente brincó con una inquietud que me formulé interiormente: ¿Mercedes leyó a Gandhi o es una coincidencia que haya usado su misma frase? Y es que la frase es muy famosa y la dijo nada menos que Mahatma Gandhi, el pionero de la protesta social no violenta y quien llevó a la India a su independencia del mandato colonial Inglés. Pero no le pregunté, me quedé con la duda para siempre.
Y me sentí mal porque estaba prejuzgando; he debido asumir que Mercedes, como otras millones de personas, ha leído e interiorizado esa frase inmortal de Gandhi. (Lector, entre usted y yo: a veces, a media noche, me despierto con la duda, ¿será que Mercedes dijo la misma frase de Gandhi por pura coincidencia?, ¿es así de grande Mercedes? ¿Y porqué no? Pero me tranquiliza pensar que si lo dijo porque leyó a Ghandi, es magnífico y si lo dijo porque la inventó, es extraordinario).
Mercedes dice que ha tenido momentos muy difíciles, pero no los relata, más bien se ríe recordando los buenos tiempos e ilusionándose con proyectos que quiere llevar a cabo y que muy probablemente, gracias a su coraje, realizará. Como estamos hablando sobre sus proyectos y sobre su futuro, le pregunto sobre el factor del destino en su vida; me dice:
—Aunque la vida no ha sido fácil y he tenido frustraciones, si uno se lo propone, siempre se puede salir de una situación desafortunada. Quiero decir que no debemos creer que porque una persona está pobre se va a quedar pobre, o que necesita una herencia para triunfar. Mientras uno tenga sus manos, sus pies y su cerebro uno puede surgir, especialmente porque uno elige lo que lo beneficia o lo perjudica.
La gran satisfacción de Mercedes es haber cumplido su sueño de darles a sus hijos una vida mejor que la que ella tuvo. Se ha adaptado a los tiempos modernos para criarlos, pero les exige disciplina y cumplimiento de normas de conducta.
—Creo que uno debe ser exigente con los hijos, pero también hay que darles ejemplo para que sean buenos hermanos, buenos amigos, buenos vecinos y, naturalmente, buenos hijos. Y ser una buena mamá y dar ejemplo no es fácil —dice—, la única manera de aprender a ser madre es siéndolo. Se requiere también madurez y sabiduría para saber cuando dar y cuando exigir.
Mercedes dice que para ella ha sido especialmente difícil educar a sus hijos hombres; por el ambiente en el que viven suelen reaccionar con posturas defensivas ante circunstancias difíciles. Según ella, el entorno problematiza la formación:
—El ambiente en estos barrios es difícil, pero mi truco ha sido creer siempre en ellos, dialogar, hablar con la verdad y nunca responder con agresión.
Mercedes cierra esta conversación con broche de oro contándome sobre su principal proyecto profesional: una fundación llamada ANAV, Amor Nunca Antes Visto. Ella y una amiga del barrio unieron sus esfuerzos para ayudar a un grupo de mas de setenta niños de familias desplazadas muy pobres y necesitadas. El curso de primera infancia que piensa tomar le va a ayudar a capacitarse mejor para este proyecto que ya está andando, a pesar de que a veces falte dinero. Hoy en día cuentan con el apoyo de una persona de Visión Mundial[10] que está aportando los almuerzos para los niños y quien en su último viaje a Europa llevó un video-documento del proyecto para socializarlo allí y buscarles recursos.
La filosofía de vida de Mercedes y la manera en que sus pies están anclados a la tierra han permitido que su progreso sea estable y que sus metas, algunas un tanto ambiciosas, se cumplan. Su existencia le ha traído luz y significado a un rincón de uno de los barrios menos privilegiados de Cartagena de Indias. Mercedes ha hecho un gran hallazgo, encontró la fuente de la felicidad en el fondo de la miseria. Ella descubrió el verdadero valor de luchar de la mano de las circunstancias y no en contra de ellas. Lo ha hecho en un ambiente en el que sería mucho más fácil rendirse y entregarse a la desesperanza, como muchos de sus vecinos.
Las personas del nivel social y económico de Mercedes que hacen grandes sacrificios y aportan positivamente a las vidas de los demás, rara vez obtienen reconocimiento por lo que hacen. Mercedes asimiló la idea de progresar ayudando a otros, preguntándose permanentemente que puede hacer para aliviar sus aflicciones y así darle más significado a su vida.
Al despedirme de Mercedes  no sé por qué se me vino a la mente una frase que le escuché una mañana mi esposa: “Cuando se trate de cosas materiales mira hacia abajo y cuando se trate de cosas espirituales mira hacia arriba.” Pareciera como si Mercedes viviera su vida siguiendo esta máxima.
Desde el momento en que le dije adiós hasta que nos encontramos con Lucho en el mismo lugar donde nos dejó tres horas antes, no dije palabra ni levanté la mirada. Cristina tampoco habló, ni buscó conversación; ella sabía lo que pasaba por mi mente y lo mucho que tenía que digerir. Mercedes me desconcertó por su tesón, por su personalidad arrolladora, por su carácter generoso…, porque es extraordinaria. El aprendizaje al hablar con ella es único. Pero lo que me dejó fascinado fue que Mercedes sin saberlo y sin pretenderlo me hizo reflexionar sobre lo increíblemente maravillosa que es la existencia.
       Camino a la oficina Cristina me diría que Mercedes produce el mismo efecto en todas las personas con las que se relaciona.



[1] La Heroica o Ciudad heroica fue el nombre o título que le dio Simón Bolívar a Cartagena tras enterarse de las terribles circunstancias que tuvieron que soportar los cartageneros durante el asedio a que la sometió Pablo Morillo entre agosto y diciembre de 1815.

[3] Complemento nutricional para niños de bajos ingresos que entrega el gobierno nacional a través del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
[4] Merienda que consiste en pan con gaseosa.
[5] Ocupación promovida  por el gobierno nacional que consiste en que una madre de familia atiende en su residencia a catorce niños en edades iniciales de la vecindad.
[6] Conpes El Consejo Nacional de Política Económica y Social — Conpes — fue creado por la Ley 19 de 1958 y es la máxima autoridad nacional de planeación y se desempeña como organismo asesor del Gobierno en todos los aspectos relacionados con el desarrollo económico y social de Colombia.
[7] En la Red Unidos las familias se “gradúan” de pobreza extrema cuando cumplen un número determinado de logros básicos y alcanzan ingresos por encima de la línea de pobreza.
[8] Programa de transferencias monetarias condicionadas del gobierno nacional para las familias más pobres del país.
[9] Plan para escapar pobreza extrema que elabora con su co-gestor cada una de 1.5 millones de familias de la Red Unidos.
[10] Visión Mundial es una organización global de ayuda al desarrollo dedicada a combatir pobreza y las injusticias sociales.