domingo, 10 de diciembre de 2017

O Remamos Juntos

            En nuestro mundo binario la pregunta es: ¿en qué lugar del espectro Estado-Mercado te encuentras? ¿Eres de izquierda o de derecha, o de centro? O crees en la agotada tercera vía, tanto mercado como sea posible, y tanto Estado como sea necesario. Estamos encasillados en unos modelos mentales, y al momento de gobernar a la humanidad, lo que tenemos es una gran deuda moral, social, económica.

            Las tensiones de siempre entre los conceptos de libertad y equidad, y entre paz y justicia, han contribuido a polarización de la opinión. La manera binaria de pensar nos ha llevado a intolerancia, maltrato, ofensa, y pre juicios.

Hace cuatro meses circulé en medios sociales una foto con mi amigo, el excelente pre candidato presidencial Iván Duque. Me parece que Iván Duque tiene muy buenas ideas para re activar la economía del país. No pocos me tildaron de derechista-fascista, unos cuantos de paramilitar.

            Recientemente, vía twitter destaqué una opinión del candidato Gustavo Petro en relación a la minería. Petro argumenta que cuando no es responsable, y es muy común, la minería genera pobreza, y perjudica al pequeño agricultor. ¡Para qué fue eso! De inmediato salieron críticas de seguidores y amigos de derecha diciendo que cómo iba a apoyar a un guerrillero. 

            Y cuándo reconozco el trabajo de Fajardo, Robledo, López y Navarro, que dejaron sus diferencias a un lado y se juntaron alrededor de temas que los une, como la lucha contra la corrupción, me dicen mamerto.

            Colombia tiene dos grandes prioridades muy relacionadas entre sí: Inclusión y reconciliación. Justamente por esto, en el primer gobierno del Presidente Santos se creó el Sector de la Inclusión y la Reconciliación, del cual el Departamento de Prosperidad Social (DPS) es el ente rector.  Yo hice parte de ese equipo de trabajo que hizo las reformas necesarias y estableció una nueva arquitectura institucional.

            Pero eso en lo técnico. En la práctica, debemos hacer un cambio mental. Si queremos reconciliarnos tenemos que hacer el esfuerzo de ver el mundo desde los ojos de nuestros contradictores. Encontrar valor en las ideas de aquellos que piensan diferente. Tenemos que ser capaces de entender que el que piensa diferente no es enemigo. De lo contrario, no avanzaremos en la consolidación de la paz, y pasarán muchos años antes lograr los necesarios avances económicos y sociales.

            Soy pro vida, y también estoy de acuerdo con el matrimonio gay. ¿Eso qué me hace, de izquierda o derecha?  Creo en utilizar las fuerzas del mercado para superar la pobreza, y también en un Estado grande que garantice el goce de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. ¿Eso qué me hace, de izquierda o derecha? Creo que las armas deben ser de uso exclusivo de la fuerza pública y en una policía dotada de la mejor tecnología disponible para garantizar la vida, honra y bienes de los ciudadanos. Creo que la educación debe ser de calidad y gratuita para todos. Creo que el apoyo al empresario innovador es clave para avanzar la economía. ¿Eso qué me hace, de izquierda o derecha?

            Poco ayudan aquellos que utilizan la división como herramienta para alcanzar el poder. Tal vez conviene fijarnos menos entre quienes son de derecha, de centro o de izquierda y más en las soluciones prácticas que requiere el país. Bajémosle al rencor y al resentimiento. Pensemos en un gran apretón de manos.


            Porque, o remamos juntos o no llegamos a ninguna parte.

domingo, 9 de julio de 2017

El Próximo Presidente


            En el 2018 los colombianos elegiremos un nuevo Presidente. Ya muchos hemos empezado a preguntarnos: ¿Cuál es la persona más indicada para liderar al país en este momento de su historia? Por el número de pre candidatos, parece haber opciones para todos los gustos.

            Son muchos los retos que debe enfrentar el próximo gobernante de Colombia: bajo crecimiento económico, polarización política, altos niveles de desigualdad y pobreza, bajos niveles de competitividad industrial, atrasos en infraestructura básica, corrupción pública y privada, bajos niveles educativos[1], alto déficit del sistema de salud [2], altas tasas de impuestos, poco espacio fiscal, aumento de áreas cultivadas de coca, incremento del narcotráfico, consolidación de la paz con las FARC, entre otros. Ante tantos desafíos simultáneos, es lógico que existan distintas opiniones sobre cuál debe ser la prioridad del próximo gobierno. Cada uno de nosotros apoyará aquella o aquel candidata(o) que a juicio personal mejor diagnostique la problemática del país y prometa las mejores soluciones.

            En mi opinión, el problema central de Colombia es la desigualdad de ingresos de sus habitantes. Con un coeficiente GINI de 0.535, Colombia se ubica como el décimo país más desigual del mundo, entre 149 países[3]. En Colombia el ingreso del 20% de los hogares más ricos es 25 veces mayor al ingreso del quintil más pobre. En China esta diferencia es de 8 veces, en Tailandia 15, en Qatar 13. La desigualdad es el peor síntoma de una sociedad enferma y la madre de los demás problemas.

            Los países más desiguales suelen tener períodos más cortos y tasas más bajas de crecimiento económico. Estudios del FMI[4] encontraron que el crecimiento económico se daba en mayor grado en países con distribuciones de ingreso menos desiguales. Por supuesto, el FMI reconoce que la calidad de las instituciones y el nivel de intercambio comercial también tienen un efecto importante sobre el crecimiento económico. Sin embargo, los expertos han sido claros al señalar que el impacto de la desigualdad en el crecimiento de los países es mayor de lo que pudiéramos sospechar.

La evidencia también sugiere que altos índices de desigualdad reducen la elasticidad de la reducción de pobreza del crecimiento. En otras palabras, a mayor desigualdad, menor el efecto del crecimiento en reducción de pobreza. Debemos aplicar políticas que por su efecto re distributivo tengan el doble beneficio de reducir pobreza y favorecer el crecimiento económico.

La desigualdad destruye cohesión social, crea tensiones entre clases y perpetúa la disparidad de oportunidades en la población. ¿Cómo podemos justificar que un niño de un hogar de altos ingresos tenga acceso a una mejor educación niño de un hogar pobre? Desde el punto de vista moral, la desigualdad es un fenómeno inaceptable.

            Estudios recientes sugieren una fuerte relación entre desigualdad y violencia. En aquellos lugares donde más familias han quedado rezagadas o excluidas, y/o donde los ricos se han apartado más del promedio de ingresos, se presentan más homicidios, atracos, violaciones, y otros crímenes. [5]  La intimidación, el maltrato, el abuso, el matoneo, la discapacidad, la vida precaria y la ausencia de ingresos, despiertan sentimientos de humillación y vergüenza. En muchos casos el capital social y la confianza generada entre pobladores se convierte en un buen antídoto para la violencia. Sin embargo, este tejido tan importante se lastima cuando las brechas sociales y económicas son grandes.    

Por esto, las acciones del próximo gobierno para frenar corrupción, mejorar la calidad los sistemas de educativo y salud, combatir el narcotráfico, ajustar régimen tributario, atraer mayor inversión, construir una verdadera política industrial, reducir el atraso de infraestructura básica, etc., deben estar enmarcadas dentro del máximo objetivo de reducir las inmensas brechas sociales y económicas.

Los valores democráticos y liberales son muy difíciles de salvaguardar en sociedades con tanta desigualdad. Es decir, de no empezar a corregirse el flagelo, lo que está en riesgo son nuestras libertades políticas, económicas y civiles. Nada menos. Por eso, en las próximas elecciones votaré por aquel candidato o candidata que en su plan de gobierno priorice soluciones concretas para combatir esta penosa realidad.



[1] Atraso frente a los mejores países en cobertura, calidad, número de profesores (y salario), cierre de brechas, accesibilidad a educación superior, garantías a la alimentación escolar, innovación, tecnología.
[2] Déficit presupuestal del sector salud 2017 = $5,5 billones, deuda de hospitales y clínicas supera $7 billones.
[3] https://www.cia.gov/library/publications/the-world-factbook/rankorder/2172rank.html
[4] Fondo Monetario Internacional
[5] R. Wilkinson, K Prickett, The Spirit Level. New York: Bloomsbury Press, 2010.

domingo, 19 de febrero de 2017

Seguridad Ciudadana: ¿Represión o Prevención?


“…la criminalidad es el reflejo del tejido social de una ciudad.”

                  Seguridad ciudadana es la ausencia de delitos y agresiones contra las personas de una ciudad y sus bienes. La convivencia, la no violencia, y la utilización pacífica de espacios públicos son valores que se desarrollan mediante un trabajo coordinado del Estado con organizaciones sociales, entidades privadas y población civil. Desafortunadamente, en muchas ciudades colombianas los asesinatos y hurtos son factor de permanente zozobra. Los homicidios y atracos son motivos de preocupación para los mandatarios. Para los ciudadanos significan miedo, sufrimiento, desesperanza y dolor.

                  Aun cuando la inseguridad golpea a todas las clases sociales, son los pobres y vulnerables los más afectados por el flagelo. A diferencia de los ricos, los desposeídos no tienen medios para defenderse. La violencia erosiona el capital social de los más pobres, detiene la movilidad social, y atropella directamente el futuro de niñas, niños y jóvenes vulnerables.

Para combatir la inseguridad, algunos Alcaldes han restringido la circulación de motos con parrillero en las ciudades, instalado sistemas de video vigilancia y aumentado la presencia de policías y ejército en calles y parques. Los políticos prefieren medidas represivas porque satisfacen rápidamente las quejas de los pobladores. Los electores quieren soluciones inmediatas y piden más policías para neutralizar a los criminales. Sin embargo, no siempre entienden que el costo de reprimir es mucho mayor que el costo de prevenir, y que las políticas orientadas exclusivamente a represión y disuasión son inefectivas en el largo plazo.
No se trata de caer en la discusión entre represión y prevención, sino de armonizar los esfuerzos represivos con los preventivos. Los esfuerzos preventivos son más exigentes y trabajosos; ellos demandan conocimientos técnicos e implican rigor metodológico. Generalmente, se empieza por un diagnóstico participativo para entender las causas de la criminalidad. Seguidamente, se construye un plan integral de seguridad ciudadana que defina prioridades y formule estrategias articuladas de prevención. Los planes preventivos más exitosos son diseñados con organizaciones especializadas de la sociedad civil, aquellas que trabajan en las comunidades y conocen las problemáticas de cerca.
Los programas de prevención tienen muchas ventajas: a) promueven la solidaridad, la participación ciudadana, el buen gobierno y las buenas instituciones democráticas, b) permiten la asociación de actores claves como líderes comunitarios, universidades, organizaciones sociales y redes de innovación social, c) ahorran dineros públicos (costo de represión vs. prevención es 6 a 1 en el largo plazo según estudios recientes ONUDC[1]), d) trabajan la resocialización de delincuentes, e) priorizan  servicios sociales a los más vulnerables, y f) desarrollan el empoderamiento comunitario.
Los buenos resultados en seguridad ciudadana se logran cuando hay coherencia entre los programas de prevención y la política social. Aunque algunos se resistan a reconocerlo, la criminalidad es un reflejo del tejido social de una ciudad. Prevención significa atacar las causas estructurales que generan vulnerabilidad, articulando adecuadamente las políticas sociales, económicas y urbanas para generar mayores oportunidades de educación y trabajo para los más excluidos. De lo contrario, ocurre lo que vemos hoy en muchas de nuestras capitales:  dispersión, fragmentación, descoordinación, y por tanto, bajo impacto de las políticas públicas.
La represión solo ataca los síntomas del crimen; la prevención ataca las causas. Infortunadamente, la prevención tiene enemigos, el mayor de ellos es la reticencia de los políticos a invertir en el largo plazo. A ellos hay que explicarles lo que una vez dijo el célebre estadista norteamericano Benjamín Franklin, “una onza de prevención vale más que una libra de cura.”



[1] Oficina de Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito